lunes, 24 de septiembre de 2012

Pare de sufrir!

Llegó la hora de la cena y con mis amigo jamás de los jamases preparamos una comida. Es que cocinar para quince personas es bastante engorroso. Recuerdo cuando tenía casa y hacía esos asados. Bueno, mi padre los hacía, yo tan solo ayudaba un poco. Prender el fuego parece cosa fácil, pero no lo es. Es un proceso y es para entendidos. No es un carbón, un poco de papel y ya está. Si me habré ido de vacaciones y habré tratado de prender fuegos para asados con alcohol y todo tipo de sustancia inflamable, casi provocando incendios. Hasta que el viejo me enseñó. Es una técnica milenaria que no puedo aquí revelar. Sería una traición al secreto familiar. Pero sea como sea, recuerdo esos interminables asados familiares. Para gente y gente. Lo que más recuerdo, lo más interminable e inentrañable, si es que la palabra existe, lavar. Lavar la parrilla, lavar los platos. Los cubiertos. Los utensilios llenos de gras y de carbón. Litros y litros de detergente derramados en esos asados. Pero más que el detergente, el tiempo y las ganas. Porque ganas era lo que uno menos tenía. Porque ojo, más difícil que hacer el asado es lavar lo del asado. Y todos aplauden al asador, pero de los que lavan nunca dicen nada. Es como el nueve del equipo. Nunca nadie aplaude al defensor. Siempre al delantero, o al diez habilidoso. Al Messi o al Riquelme. Nunca al que atrás está aguantando al equipo, actuando de prevención. Y cuando se equivoca, saz, es el peor del mundo. Bueno, exactamente eso es el lavador. Sólo que nadie lo juzga. Nadie se da cuenta de que está. Es una sombra. Un lavador. Por eso me mudé a Recoleta, porque no tengo que cocinar. El delivery en Recoleta es lo más común. Sólo tengo que lavar lo que uso para comer. Algún plato y un cubierto. Y si no tengo ganas, uso descartable. Me ahorré un montón de tiempo y soy más feliz.